TODO ES POSIBLE EN GRANADA


Lo que voy a contar no es un cuento, ni realismo mágico, ni ciencia ficción, es verdad de verdad.

Dicen los granadinos españoles, los castellanos que intentaron poblar Granada, que la magia exagerada de esta ciudad está en que muchísimos estudiantes vienen a Granada y pierden la virginidad; por eso todo el mundo que viene a Granada quiere volver y volver, hasta quedarse a vivir aquí. Granada es puta. De ahí la mala follá granadina. Una ciudad tan bella no puede ser sólo de los castellanos.

En cambio, los que ya estaban aquí, los granadinos de siempre, cuentan la siguiente historia. Un jeque árabe, el más hermoso de Babilonia estuvo dos años de viaje con todo su harén hasta llegar a la Alhambra; lugar en el que quiso dejar el máximo número de moritos. Entre las mujeres del harén había una muy especial. Cuando lloraba de felicidad ante la puesta de sol, un arco iris salía de sus lágrimas y resplandecía por todo el Albaycín. Era la mujer más bella del mundo. Sus orgasmos eran desmesuradamente abundantes. Salía tal caudal que tuvieron que inventar un sistema impermeable que contuviese sus flujos. Consiguieron construir un tapiz con los cabellos del resto de las señoras del harén. Este tapiz lo ponían debajo de los almohadones donde el jeque y la mora hacían el amor, y lograban contener el abundante flujo. Una noche de luna llena, el amor y las prisas se apoderaron de ambos sin saberlo, y se les olvidó poner el tapiz debajo de los almohadones. Y ante la sorpresa del jeque, la mora más bella del mundo se desaguó. El agua cristalina empezó a fluir por toda la Alhambra, el Albaycín, el Darro y el Genil. Dicen que desde entonces, los musulmanes adoran el agua. La experiencia más íntima y sonora acuática les conduce al beso, al alma, los baños árabes, el agua recorriendo la Alhambra, el Generalife. Y todo lo que ustedes saben sobre el agua y los moros.

Dedicado a Joana

Sin nombre.


LA LLAMADA DEL DESEO SIN NOMBRE.
LA MAL LLAMADA ME CONQUISTÓ.
NO ME DIJO SU NOMBRE.
Soportándome


No me dijo su nombre. Su mirada fantasma, su estilizado cuerpo, sus preciosos colores….Ella. Pero lo que más me sedujo fue su aroma y su traje verde que se confundía con la maleza de la selva.
Cerca de aquellas hojas empecé a sentir su olor. Me puso ojos de alienígena y me ofreció su cintura. El coito comenzó al instante. Mientras la penetraba de forma compulsiva, giró su cabeza, me miró por ultima vez y me cortó la mía.
Los últimos segundos de vida con mi cabeza extirpada y con la poca sangre que me quedaba en el cerebro fueron espeluznantes:

- Lo último que vi fue mi cuerpo que continuaba copulando.


Bailaré sobre tu tumba


Mi abuela era peculiar y, desde que murió mi abuelo, todos los 21 de marzo quitaba las alfombras de la casa, y decía que era para que se ventilasen los secretos de la familia. –La mierda de las familias se esconde debajo de las alfombras y no puede estar oculta por mucho tiempo- me comentaba.

Y cuando cubría el suelo con las alfombras todos los 21 de octubre, ponía un disco de boleros, comenzaba a bailar en el suelo recién entelado y abrazaba al aire, como si estuviese con un amante prohibido.

Lágrimas


Apenas podía despegar los pies del barro. La lluvia caía sobre mi cuerpo como una lápida. No encontraba ningún lugar en el que refugiarme. De pronto vi unas luces. Era una casa de una pequeña aldea del norte. Me acogieron como si fuese un hijo pródigo.


Aquella casa estaba habitada por un matrimonio mayor con tres hijas. Me dieron cobijo, alimento, cama y canciones. Cada 20 minutos el matrimonio comenzaba a cantar una canción en gallego.


Al principio pensé que era para animar mi estancia, pero descubrí que cantaban para ahuyentar las meigas (brujas). Una de las hijas escuchaba las voces de los gatos que vivían alrededor de la casa. Era como si sus padres al cantar impidieran escuchar las voces de los gatos en los oídos de su hija. Y así era.


Los caminos estaban cortados tras llover tres días y tres noches. Me tuve que quedar con aquella extraña familia. Cada vez que había algo negativo en la casa comenzaban a cantar. Poco a poco me fui incorporando al canto gallego.


Conocí a los 10 gatos que vivían alrededor de la casa y que eran alimentados por esa peculiar familia. Una gata estaba loca, se inventaba la realidad; otra estaba embarazada, otro no quería relaciones personales….eran como miembros de la familia. Y las canciones seguían sonando. Si por algún motivo la tristeza y las lágrimas llegaban a la casa, todos comenzaban a cantar.


Ahora estoy de nuevo en el sur, en mi casa; y cada vez que me siento triste o llueve, una parte de mí comienza a cantar canciones en gallego. Es inevitable, pero me ayuda a estar más feliz.

Ritual nocturno

Pintado por soportándome

Begoña vino de Colombia. Era mi compañía nocturna. Abría sus labios al aire y yo la alimentaba cada noche. Tras sus pétalos se veían unos vellos que cada día me parecían más eróticos. Me saciaba el darle de comer. La había contemplado crecer lentamente.

Al anochecer se desplegaba esperando su comida. Yo destapaba la caja donde guardaba los insectos y dejaba que ella los atrapara con sus pelos-dientes. Ella cerraba lenta pero tenazmente sus hojas y veía como se nutría de moscas y mosquitos. Era como presenciar una castración.

A lo largo de todos estos años este ritual nocturno había hecho que llegara a querer a Begoña. Cuando envejeció, y sus hojas apenas podían apretar para nutrirse -como cuando una madre alimenta a sus polluelos- me vi obligado a masticar los insectos para ella.

Sus últimos días fueron especialmente penosos al triturar con mis dientes la comida para que ella se pudiese alimentar.

Ahora Begoña ha muerto, y todas las noches abro la caja de bichos y me alimento de ellos. Esta mañana, al mirarme al espejo, he visto que unos pelos me salían de los labios.

Las palabras


Desde pequeño siempre me ha gustado jugar con el lenguaje. Mi madre lo percibió muy pronto. De niño sabía nombrar los objetos pero aposta les cambiaba el nombre para no tartamudear. En seguida me di cuenta que el lenguaje escondía algo incestuoso.

Con las palabras se nombraba o se desfiguraba la realidad; pero algo dentro de mí me hacía tartamudear cuando lo que pronunciaba estaba más cercano a lo verdadero. Cuando me inventaba el nombre de las cosas nunca masticaba torpemente las palabras, pero cuando nombraba lo más real me atascaba con los términos. Se me colgaban las palabras en los labios.

Tal vez fuera porque miraba a través del ojo de una cerradura a las palabras para ver qué escondían detrás, y eso me producía culpa. En la adolescencia entendí que los adultos con el lenguaje trataban de comunicar algo, y también de ocultarlo. Por eso cada vez me atraían más los vocablos. Estaba completamente seducido por ellos.

En mi pubertad, una tarde en la que miraba las palabras a través de la cerradura, decidí meterme dentro y levantarle la falda a las palabras. Descubrí que las palabras eran una carta de presentación y a la vez un escudo con el que proteger una imagen indeleble. Entonces no volví a tartamudear más.

De compras


Como cualquier adolescente, cuando tenía quince años quería ser diferente, no tenía pelos en la lengua y pecaba de imprudente. Mi prima Marta y yo nos detuvimos delante de aquel escaparate. El maniquí llevaba puesto unos sencillos pantalones y tenía pelos en los sobacos ¡Aquello si que era diferente! Entré al probador y me quedaban divinamente. Me miré al espejo y se ajustaban a la altura de la cintura que a mi me gusta. Al salir el pantalón empezó a subirse hasta mis sobacos dejando mis pechos atrapados bajo de la tela. Una línea de botones recorría el pantalón desde mi entrepierna hasta mi cuello. Mi prima me dijo: no sé, te quedan raros.
Me acerqué a la dependienta, una chica monísima, con el pelo rojo muy bien cortado, para preguntarle cómo me quedaban. De pronto me di cuenta que la chica llevaba los mismos pantalones hasta el cuello; y empezó a gritarme como una loca y con la boca desencajada: te quedan horribles ¡Espantosos!
Se ve que todos queremos ser diferentes. Cuando quise pronunciar unas palabras de queja, me di cuenta que estaba atrapada por el silencio. Tenía mi lengua llena de pelos y no podía quejarme. No me salían las palabras.

Dardo



Amador no soportaba perder. Prefería terminar discutiendo con sus primos antes que perder una partida a los dardos en aquella diana que le había traído su tío de Francia.
Pero a los 12 años sufrió la pérdida de su abuela. Fue después del entierro cuando lanzó con tanta rabia un dardo al cielo cuando se dio cuenta que había nacido con un don: podía ver lo que ocurría en la otra vida. Se abrió el firmamento y pudo ver cómo se abría una bóveda en la que estaban todos sus antepasados; pudo incluso saludar a su abuela recién fallecida. Se lo comentó a su madre y ésta se rió tanto que comprendió que nunca podría contarlo a nadie. Pero él de vez en cuando abría el más allá para saludar a su abuela.

Esta noche la vio viva por última vez. Amador y su amada acaban de celebrar su compromiso de bodas. Se casarían en verano, el día que los dos cumplían 28 años. Cuando la dejó en el bar celebrándolo con sus amigas estaba radiante de felicidad, pero una enfermedad repentina la mató. Su blanca piel iluminada por la luna hacía más llamativo su cadáver transportado por cuatro mozos del pueblo. La querían amortajar en casa de sus padres. Nadie se atrevió a decírselo a Amador; todos sabían que no soportaba perder. Asomado a la ventana veía sobrecogido el cuerpo de su amada recorriendo la calle, y el resto de los vecinos iban saliendo a sus balcones como si de una procesión se tratase.

Después del entierro Amador lanzó un dardo al cielo para poder saludarla y observar de nuevo su belleza. Esta vez el cielo no se abrió. El dardo subió muy alto, pero no pudo ver la otra vida. El dardo volvió de las alturas con tanta fuerza que se clavó en su corazón. Y fue entonces cuando pudo ver la otra vida y estar de nuevo con su amada.

Con este relato quiero agradecer a Lisebe el haberme otorgado el Premio Dardos

Amanecer

Pintado por sorportándome

Tu aroma me aburre.
Amanezco a tu lado y la cama
me invita a evaporarme.
Tu aroma me aburre.
La distacia entre nuestros
cuerpos es abrupta.
Recuerdo cuando tu aliento
me daba la vida, pero ahora,
tu aroma me aburre.
Abro los ojos y te veo
dormida con la boca abierta.
Ya se te ven las canas.
Que peste te huele
el aliento por las mañanas.

Cólico en el corazón


Todas las mañanas Rocío se tenía que recomponer alrededor de aquel corazón vacío con el que se había acostumbrado a dormir. Desde pequeña sus padres compensaban el hueco de su víscera vacía llenándole los bolsillos de dinero. A los 27 años ya tenía un puesto de directiva en la empresa familiar.
Cada amanecer iba caminando al trabajo. Salía de casa, cruzaba la esquina con el sol asomándose detrás de los edificios y a lo lejos ya escuchaba la música del saxofonista y su corazón comenzaba a latir. Días tras día era la manera en que las notas musicales bombeaban de sangre el corazón de Rocío. Cuando se cruzaban se sonreían sin palabras y con sus ojos se saludaban.
El saxofonista tenía la elegancia del pobre que sabe cuál es su sitio en la calle. Siempre llevaba un traje marrón, cada vez más gastado; y en verano se quitaba la camisa dejando su torso medio desnudo escondiendo una parte con la chaqueta que nunca se quitaba. Por cuna tuvo una caja vacía de cervezas y por manta un saco de patatas. Sus padres le llamaron Mario. A pesar de haber nacido sordo aprendió el oficio de su abuelo: tocar el saxofón a cambio de unas monedas. Nunca aprendió a hablar y por su saxo parecía expresar todo lo que no podía decir con su boca.
De aquellas palabras mudas convertidas en música salía la vida que reanimaba cada mañana a Rocío. Él la veía pasear con un novio de su alcurnia que acabó siendo su marido. Cuando Roció se mudó de barrio ni el amor de su marido ni el de sus hijos podían evitar que su corazón se marchitara.
Después de tantos años todavía se puede ver a Rocío paseando por su antiguo barrio cada tres o cuatro días para llenar su corazón de sangre y sonreír sin palabras a Mario.

cólico: dolor intenso en víscera vacía

Carnaval




Joanna era bilingüe. Su padre nació en Cádiz, fabricaba disfraces y le daba a la bebida. Su madre era católica apostólica, nacida en París y diseñaba sombreros para los disfraces. Desde su habitación Joanna les oía discutir sobre si un sombrero combinaba con determinado disfraz. Su padre maldecía a Dios en andaluz y su madre pedía ayuda y resignación a Dios en francés. Esto ocurría todas las tardes. En un intento de buscar armonía familiar la niña decidió estudiar traducción e interpretación, a pesar de que sus padres querían que se uniese al negocio familiar fabricando pelucas.

Fue en aquel congreso hispano-francés de la iglesia Católica. Joanna tenía 32 años y traducía simultáneamente sin ningún problema del francés al español y viceversa. El día de clausura del congreso invitaron a Su Santidad. Cuando la muchacha vio entrar al Papa con aquel gorro empezó a temblar. Un cardenal francés pidió ayuda a Dios y la joven intérprete en lugar de traducir empezó a soltar por su boca maldiciones a Dios; regresó a su infancia y el conflicto disfraz-sombrero se apoderó de ella. Empezó a convulsionar y soltar blasfemias cada vez más fuertes en andaluz. Allí mismo Su Santidad le realizó un exorcismo. Pero Joanna se rebeló, se alzó por las alturas volando y terminó quitándole el gorro al Papa. Y llegó la calma.

MISTERIO




Se me arrugan las letras al descifrar tu misterio.
Con cada mirada tuya eres una estrella.
Si tus ojos me miran desde un lado
te veo como a Audrey Hepburn,
si me miran desde el otro
como a Elisabeth Taylor,
si me miras de frente, tiemblo.
Te gusta saberte la más bella,
saberte rodeada de estrellas parecidas
que ante ti, apenas destellan.
Te gusta mirar desde la altura
a las que no te llegan.
Saberte la más bella.
Entre la niebla te escondes
para hacerte la incógnita.
Tu hermosura me hace verte borrosa
y tu estela me ciega.
Provocas le envidia en una Diosa.
Tan majestuosa persona
no necesita corona.
Que Penélope Cruz
se caiga de boca.

DEDICADO A MARITOÑI

Abandonado


Julio se metió en su blog una noche de verano y no volvió a salir de él. Sus lágrimas al caer de sus ojos teclearon su usuario y contraseña.

Toñi le había dejado para siempre tres meses antes de la boda. El joven abandonó el trabajo y a su familia. Sus relaciones se convirtieron en virtuales. Su estado de ánimo dependía directamente del número de comentarios que recibía en cada entrada.

Añadió un gadget en el que iba poniendo fotos de los objetos de su casa para venderlos de segunda mano y poder pagarse la conexión a Internet. Cuando su padre murió de cáncer no asistió al funeral pero lo escribió en su blog; igual hizo cuando bautizaron a su sobrino.

Un día de otoño su ex-novia buscando una reconciliación llamó a la puerta de Julio. Éste llevaba tanto tiempo sin abandonar su blog que no se atrevía a salir por si no recordaba la contraseña para volver a entrar.

Toñi insistía llamando al timbre, pero Julio se quedó pegado a la computadora como una pegatina. Toñi se cansó de esperar y se marchó.

El tiempo justo

El gran reloj de pared que mi abuela había heredado de su bisabuelo fue lo único que me dejó de herencia.

Cuando era pequeño y la visitábamos, yo cogía una silla y me sentaba a mirarlo fijamente. Ese movimiento simétrico del péndulo me hechizaba; me transportaba a un lugar donde las despedidas no existían.

Unas campanadas como del otro lado hacían sonar los cuartos y puntualmente las horas. TAN.TAN.TAN. Las tres.

Mientras contemplaba los sesenta segundos que tiene cada minuto, pensaba a dónde irían esos segundos que ya no estaban; hasta que cada cuarto de hora el retintín de las campanadas me sacaba del trance y me recordaba que estaba en casa de mi abuela.
Miraba el horario, el minutero, el segundero… y pensaba cuántas historias de mis antepasados habrían presenciado esas agujas.

Hace 15 años que tengo este reloj en mi casa, y cada tres días tiro de una cadena para darle cuerda al carrillón. Cuando mi hijo Antonio era un bebé y lloraba, las campanadas del reloj le calmaban el llanto.

La semana pasada dejó de funcionar. Llamé a un relojero mecánico para que lo reparara. Cuando lo inspeccionó me comentó- este reloj ha muerto-. Algo se paró en mi alma el escuchar esas palabras. Un tic-tac de mi corazón se perdió en el tiempo.

-Hay que cambiar toda la maquinaria, las agujas y el péndulo; y eso si encontramos con alguno que encaje en el armazón. Estos modelos ya no se fabrican- me dijo el mecánico.
-¿Cuánto puede costar eso?-
-Unos 800 euros- me respondió.
Me eché las manos a la cabeza. Cuando recapacité con esos 800 euros encargué un ataúd y un funeral para darle un entierro digno al reloj.

Alguna vez hay que desprenderse del tiempo pasado.

Dedicado a CORO

Labios y pestañas.


Sus ojos eran como sus labios. Con sus pestañas pronunciaba palabras. Su mirada era tan expresiva que no necesitaba hablar. Era el más guapo de la Plaza Esparteros pero Juan se sentía inferior. Todos los sábados por la noche iba a La Alameda. Se sentía cómodo entre putas y maricones. No le hacía falta hablar, expresaba con sus ojos cualquier intención, cualquier deseo.
Aquella noche en La Alameda de Sevilla fue aburrida. Se metió cocaína, crac y otras sustancias desconocidas pero no se le establecía el alma. Esperó el autobús 13 hasta las 9.00 a.m. Era supersticioso pero el trece le llevaba a su casa. El autobús estaba abarrotado y Juan se quedó al lado del conductor sin mediar palabra. El bus en marcha y entre parada y parada el conductor se tocaba el miembro erecto al ver la mirada de los labios de Juan. Con el dedo izquierdo erguido el conductor iba dibujando los números de su móvil sobre el panel de mandos del autobús. Juan los atrapó con sus labios.
Cuando llegó a casa, Juan marcó los números que había memorizado del autobusero. Al otro lado descolgaron y una voz masculina y viril le respondió: te estaba esperando.
Dedicado a Lus de gas

TRES MICRORELATOS

Manuela

Pastel de soportándome
Los lunes son muy difíciles de llevar. Tengo que usar más maquillaje del habitual. En el trabajo no deben sospechar nada. El médico me ha mandado tranquilizantes pero él tampoco sabe qué es lo me inquieta.
Los viernes empiezo a ponerme nerviosa antes de que llegue. Me hace entrar en el dormitorio. Me golpea contra la pared. Ya no grito. Ahora me imagino que salgo por la puerta y que paso por un puente que sobrepasa un río turbio. Al final del puente hay un arcoíris. Yo paso por debajo y entro en un mundo mágico. Una verde pradera llena de flores de todos los tamaños y colores. Deja de golpearme. Ahora tengo que acceder a sus peticiones en la cama. Ya ni me molesta su fétido aliento a alcohol.




Escondido


Óleo cedido por Niñaca
El polvo juega con mis pies bajo el banco de los pasillos del juzgado. Tanta mierda de casos que habrán pasado por aquí. Hay dos policías, aunque ajenos a mi historia.
A la hora de comer Manuela habla de cosas irrelevantes y yo recuerdo las monsergas de mi madre en los días nublados de Wisconsin. Este debe ser el motivo por el que quiero callar a las mujeres. No son alucinaciones, es la descarga eléctrica que siento cuando sus palabras rompen mi flora natural. Tampoco escucho las mismas frases que decía mi madre, esas las sueño. Nunca acaba de morir en sueños. Siempre vence, siempre está presente, será que la quiero.
Que la necesito, y ella lo sabe, y se ríe de ello. A veces me planteo si eso de pegar no estará bien. ¿Pensará ella si está bien lo que hace?
Ella sabe como callarme y decirme que me espabile. Cómo humillarme y pedirme esfuérzate un poco. Cómo expresarme su agobio cuando entra alguna chica en el bar y sus curvas me avisan. Sabe cómo mentir y cómo hacer uso de su poder ¿Para qué dice que no se siente segura en la relación si sabe exactamente lo que está ocurriendo?

Llevo los zapatos más limpios de todos lo que estamos sentados. Esta mañana he puesto especial cuidado al calzarme para el juicio, como si las heridas de Manuela estuviesen marcadas en mis pies y tuviese que ocultarlo. Prefiero llevar mi dolor en secreto. La voz metálica de una mujer suena en una especie de móvil que lleva un policía en su cadera.

Hacen daño desde lo escondido, donde más saben ellas; que son mujeres y conocen de lo que va la vida. Se ensalzan de ser más listas y más universitarias; es cierto, por eso lo hacen tan bien. Trabajan excelentemente detrás de esa pose de ingenuidad. Se desenvuelven perfectamente manejando la intención de herir. Los hombres en cambio somos más impulsivos, más evidentes. Ellas sí que saben.

Y qué sabrán los jueces del daño escondido que hacen ellas. Una vez más lo que se percibe vuelve a ser lo masculino. Las marcas del odio que deja el hombre se ven. Las heridas de las mujeres se sienten. Y así hacen sentir ellas a los hombres, pero escondido.



Ley

Acrílico de soportándome
No sabía si meterme dos rayas de coca, irme a la playa o caminar por la sierra. Por lo pronto me voy a tomar el antidepresivo que al menos es legal. Mamá ha ido al médico y tengo la casa para mí. El tiempo va a permanecer tan apacible según las noticias que voy a poder dedicar el día a lo que me apetezca. Ahora voy a por las lonchitas de cocaina, que seguro me ayudan a pasar un día espectacular. Necesito salirme de la rutina ¿Un polvo? ¿no? ¿Por la nariz o por la vagina? No sé, a mi me resultan los dos igual de ilegales. Al hablar tan claramente de sexo me asusto a mi misma. Me siento puta. Como cuando papá se lo chillaba a mamá. Los golpes en la pared eran más frecuentes los fines de semana. Algunas noches el jaleo era constante y en mi dormitorio a oscuras me preguntaba si todo esto lo provocaba el alcohol. Yo deseaba que llegase la ley, el orden. Y cuando venía la abuela en otoño, aquellos noviembres eran de reposo y podía dormir tranquila. Pero en cuanto ella marchaba a Wisconsin empezaba de nuevo la batalla. Papá ha dejado de ser violento hace unos años, desde que aprobaron la nueva ley de violencia de género.

Dedicado a todas las personas que han sufrido malos tratos.

La Clé


LaClé

Me llaman LaClé. Trabajo enseñando a futuros trabajadores de la hostelería a hacer bien, muy bien, su oficio. Tienen que aprender a estar pendientes de las necesidades de los clientes, a intuir cuál es su apetito. Si les falta pan, si quieren beber o si ya les apetece el postre a los señores clientes. Todo esto sin saber más de sus necesidades que ellos mismos, se sentirían invadidos. Es muy difícil atender a la necesidad más primitiva del ser humano. El hambre insatisfecha puede provocar ira y es muy importante que el consumidor se sienta bien atendido. De algo me han de servir 25 años trabajado en el burdel de Wisconsin.



La Clétoris

Pequeños Sabios


Tatiana era cyber-pija desde antes de nacer. Su madre era pediatra y su padre psicólogo infantil. Desde que era un feto su madre se ponía en la tripa pequeños altavoces con música de Mozart y con cantos de ballenas; últimos descubrimientos para desarrollar el cerebro de los humanos durante la gestación.


A los tres años sus padres le regalaron su primer PC llamado pequeños sabios. La niña comenzó a tener una facilidad terrible para manejar el ordenador. Aprendió el arte de escribir con las teclas del PC antes que a controlar el pipí y la caca. A los cuatro años le compraron otro ordenador superior porque el anterior se quedaba escaso para todas las cosas que podía hacer la cría. La velocidad con la que escribía Tatiana empezó a despertar curiosidad en familiares y vecinos, pero no tanto en los maestros. Cuando su madre la llevó a Educación Infantil la pequeña se negó a coger un lápiz; la maestra le explicó que hasta para dibujar necesitaría lápices, pero la niña ya manejaba el Photoshop y el Corel para hacer dibujos. Basados en los conocimientos de un padre psicólogo -que sabía mejor que nadie lo que su hija necesitaba- decidieron llevarla a un colegio católico de pago en el que permitirían a la chiquilla usar siempre su ordenador y no verse obligada a usar nunca un lápiz o bolígrafo.


Y así transcurrieron los años de educación de Tatiana. Todos los días iba a clase con su portátil y transcribía como una taquígrafa todas las palabras que decían los maestros. Pero un día cuando Tatiana estaba en sexto de primaria, con 12 años, se le estropeó el portátil y acudió al colegio sintiéndose desnuda. Se sentó en la silla y comenzó a escuchar la lección que impartía la maestra. La muchacha no sabía que hacer. Contemplaba cascadas de palabras que salían de la boca de la profesora. Ella no podía capturarlas sin su portátil, se quedaban en el aire. Estas palabras se descomponían en letras y rebotaban en las paredes dejando notas musicales en cada impacto. Tanto choque de letras se convirtió en una sinfonía en la cabeza de Tatiana que al mismo tiempo movía los dedos como tocando su ausente ordenador; se entretenía imaginando que podría tener un piano bajo sus dedos. De pronto empezó a dolerle la tripa y al rato notó una humedad en su entrepierna, miró su pantalón de color crema que empezaba a mancharse de rojo. Miró que en la boca de la profesora se había quedado una letra T enganchada a sus labios. Ella quería salir de clase corriendo, como la letra T de la boca de la maestra. Su angustia aumentó hasta la desesperación y tuvo que aguantar diez minutos hasta que llegaron las últimas palabras precedidas por la letra T : Terminó la clase.

EJERCICIO DE RELATO CON INICIO DETERMINADO


Dedicado a Jesús Ortega.



Don Andrés Neuman y Don Jesús Ortega fueron mis profesores del taller de relatos cortos que hice hace unos años. Don Jesús tiene un blog que es una joya para los que les guste escribir. Cuenta con decálogos para escribir cuentos, para saber cómo poner un título, saber como terminar a tiempo... y lleno de experiencias. Este blog se llama El clavo en la pared igual que el título de uno de sus trabajos (maravilloso libro de relatos).

En el taller puso un ejercicio en el que cada alumno cogía un papel doblado con el inicio de una frase y debía continuar hasta terminar el relato. Yo escribí el siguiente relato que le dedico con mucho eros y thanatos.

EJERCICIO DE RELATO CON INICIO DETERMINADO


Pedro Luis le llevaba un año a Juan Tomás, pero eran tan exactamente iguales que todos los tomaban por mellizos. También eran exactamente iguales en sus vivencias. Juan Tomás iba recorriendo los mismos pasos que su hermano de forma matemática. Cuando su hermano estaba en 8º y le gustaba una chica, sabía que a él le gustaría la misma chica el año siguiente. Iría de excursión a los mismos sitios y sacaría exactamente las mismas notas que su clon. Todo era predecible. Juan Tomás no sabía lo que era la incertidumbre ni tampoco lo que era experimentar por sí mismo el vivir los acontecimientos. Esto hacía que mirase a su hermano con deseo de aniquilarlo. Lo sentía como un obstáculo para expandir su yo hacia un mañana. Todos tenemos un espacio interior en el que proyectamos un plan de futuro y Juan Tomás tenía hueco este espacio. Lo llenaba de ira hacia su hermano. De sobra está decir que hasta sus padres lo confundían con Pedro Luis.
Hizo la prueba de los 100 metros lisos en Educación Física y obtuvo 10:89; los mismos segundos y centésimas que el otro había obtenido el año anterior. Parecía imposible hacerse con una individualidad, con una identidad.
Pero en el seminario de literatura iba a ser diferente. Era libre para los alumnos de bachillerato de todos los cursos, y allí estaban los dos hermanos, dispuestos a nutrirse del mundo de las letras que los dos adoraban exactamente con la misma energía. El profesor del seminario había metido en una cajita un papel para cada alumno con una frase distinta. Esta frase, que no se podían decir los unos a los otros, era el principio de un relato que cada uno tendría que construir como Dios le diera entender. Juan Tomás se esforzaba siempre por diferenciarse de su pseudomellizo, pero esta vez la diferencia la iba a poner el profesor.
Era la última oportunidad que se daba; si por algún motivo acababan escribiendo el mismo relato, acabaría asesinando a Pedro Luis para poder expandir su horizonte. Había depositado tantas expectativas en aquel cuento, que la noche antes de entregarlo se había quedado atrapado por el insomnio. Al alba se acercó a registrar la mochila de su hermano para leer el relato, y entró en cólera al ver que los dos comenzaban con la misma frase. Una semana de luto estuvo el instituto por la violenta muerte que sufrió el profesor de Literatura.

Reyes Magos y el Círculo de la Tortuga



Este es el primer relato que me publicaron, aunque transformado,;y creo que no existía futurama.


EL MALETÍN de colección de minerales lo habían vaciado y ahora servía para guardar el dinero de la fiesta del colegio. Lucía estaba atontada viendo al profesor de Ciencias Ambientales que abría la pequeña maleta de madera para meter los billetes. Esa misma mañana tuvo que soportar una aburrida clase y ese maletín, que al mediodía contenía distintos minerales, ahora era una caja registradora fundamental para la celebración. Terminó la fiesta y Lucía se quedó dormida con su hermano Nicolás; esa noche le costó conciliar el sueño. Pero soñó.

A las 3:00 a.m. Don Eugenio dejó suspendida la nave espacial en el aire justo a la altura del tercero, dónde ella vivía, y abrió una pasarela para acceder al balcón de principessa Lucía.

-En esta maleta llevo los problemas- decía principessa Lucía mientras trasladaba el pesado equipaje desde el balcón al interior de la nave. Don Eugenio salió a recibir a principessa Lucía haciendo una miniflexión con las rodillas y besando su mano, al estilo de “querida”. Principessa Lucía era princesa del Vaticano y le gustaba que la trataran como tal.

Lucía y su maleta ya habían embarcado.
-¿Dónde vamos señorita?-- A Cadaqués, de donde es Dalí, que allí puede estar mi hermano-
- Como usted quiera principessa Lucía- contestó amanerado.
- Pero déjeme pilotar a mí- pidió seductora la niña.

Lucía abrió los ojos y avisó a Nicolás. Si había soñado con Don Eugenio eso significaba que podían estar cerca de conocer más sobre él.-¿Bueno, que has soñado? -Indagó Nicolás.- Pues que venía a recogerme e íbamos a buscarte a Cadaqués.- Corre. Esta noche le podemos encontrar. La brújula; el telescopio; el mapa. Tendremos que encontrar cómo funciona el sitio ese: el Círculo de la Tortuga. La última vez no tuvimos ocasión de averiguar cómo actúa este Círculo y por eso aparecimos en casa de repente. Esta noche tendremos otra oportunidad para averiguarlo.
Detrás de unos árboles encontraron una entrada al Circulo de la Tortuga. Al poner los pies en el Círculo el suelo empezó a redondearse y el mundo sobre el que pisaban se volvió redondo, completamente liso y amaneció repentinamente. Ellos intentaban avanzar en la misma dirección.

- Esto es tan lento... Si supiéramos cómo funciona. ¿Por eso se llama Circulo de la Tortuga, porque no se puede adelantar ni un centímetro por muchos pasos que demos?- Planteó Lucía.

-Tenemos que pensar qué es lo que NO nos permite seguir. El caparazón de una tortuga es circular. Tengo la sensación de que huimos- Contestó Nicolás mirando hacia atrás.

- Yo en cambio siento una atracción enorme hacia adelante, parece irresistible-. Dijo Lucía poniéndose la mano a la altura de las cejas para que el sol no le molestara la rosada piel y el sensible azul con el que veía las cosas.

- Entonces detrás tenemos el miedo y delante el deseo. Si avanzásemos acabaríamos en este mismo punto. Nos volveríamos a encontrar con nosotros mismos. Al decir aquella frase el planeta esférico que pisaban se transformó en un mar que los absorbía de forma incoherente. Aparecieron en un pequeño río delante de una señal que indicaba la dirección de la casa de Don Eugenio. Subiendo una colina vieron que muchos destellos asomaban por encima de los árboles. Los destellos cesaron y los árboles se volvieron de los colores del parchís. Llegaron a la aldea y observaron que las ventanas de la casa no eran ventanas; eran pantallas de ordenador con el símbolo de Windows en todas ellas. Esperaban encontrar a Don Eugenio muy ocupado, en cambio les recibió con un regalo para cada uno. Juguetes para el agua. Una sirena y un submarino.- Cuéntenos un cuento, Don Eugenio. Por favor. –reclamó Nicolás.- No puedo contar los cuentos. Sólo los puedo escribir. Yo duermo durante el día, que es cuando los sueño; y por las noches los escribo. Si se los cuento a ustedes pierdo demasiado tiempo del que me hace falta para escribirlos. Me he despertado porque ha saltado la alarma del umbral del Círculo, y para estos casos sí me permito cinco minutos. Los cuentos se escriben, si no, son leyendas. Con el paso de los años perderían frescura. No os puedo contar un cuento pero sí mi secreto. De día los sueño, de noche los escribo.
Nicolás y Lucía se despidieron del escritor. Le engañaron, y se quedaron a esperar a que conciliara el sueño Don Eugenio, escondiéndose detrás de una de las muchas pantallas de ordenador que tenía en su casa. Dormía con un sombrero de paja italiana, pero aquello no escondía ningún misterio. Al llegar la noche se despertó, desayunó cereales y se sentó en la silla de su escritorio. Los hermanos vieron que se quitaba la chaqueta del pijama, aproximaba un papel a MAMÁ GOOGLE – su adorada esposa- y vieron como los cuentos eran simples copias que se imprimían desde los pechos de MAMÁ GOOGLE.

Mis primeras palabras: una acusación


LO PRIMERO QUE DIJE FUE UNA ACUSACIÓN. DESPUES DE COMER NOS QUEDAMOS LOS HERMANOS SOLOS. MI HERMANA SE SUBIO A LA MESA DEL COMEDOR A BAILAR SEVILLANAS, Y CON UNO DE LOS BRAZOS LE DIO A LA LAMPARA Y SE CARGÓ UNA BOMBILLA. MI MADRE ESTABA EN LA CONCINA -SUPONGO QUE FREGANDO LOS PLATOS- Y CUANDO APARECIÓ IRRITADA POR EL RUIDO Y EL FOLLÓN, EMPEZÓ A GRITAR ¿QUIEN HA SIDO? UN ENORME SILENCIO INUNDÓ LA HABITACIÓN.

Y YO, QUE TAN SOLO CONTABA CON NUEVE MESES DE VIDA, LEVANTE EL BRAZO Y SEÑALÉ A MI HERMANA Y BALBUCEÉ SU NOMBRE, LUEGO SEÑALÉ LA LAMPARA Y BALBUCEÉ LUZ. ESAS FUERON MIS PRIMERAS PALABRAS ANTE LA SORPRESA DE TODOS. ACUSÉ A MI HERMANA -POSTERIORMENTE ADORADA POR MI-. MI MADRE CUENTA AQUELLA EXPERIENCIA RECORDANDO QUE DIJE EXACTAMENTE ESTAS PALABRAS: "GLORIA” -EL NOMBRE DE MI HERMANA- HA SUBIDO A MESA Y ROTO LUZ. PARA ELLA FUE MARAVILLOSO QUE LE DIERA DATOS DE LO QUE ELLA NO VEÍA Y DESDE ENTONCES EMPEZÉ A CONVERTIRME EN EL "OJO QUE TODO LO VE" DE MI MADRE. Y COMO ELLA ESTABA EN UN MUNDO OSCURO DE ESPÍRITUS Y BRUJAS EMPECE A SER SU CONTACTO CON LA REALIDAD.

Renglones torcidos.....

         Quedé con mis amigos en el bar de siempre después de haberme tomado las doce uvas con mi familia. Cuando llegué no había  llegado ninguno, pero había una chica muy peculiar en la barra. Ya somos dos raritos en el bar, yo con estos tornillos en la cabeza- de los que me avergüenzo en ocasiones- y ella con una mirada estrábica. Tomaba una cerveza y tenía una expresión como burlona. Parecía que me sonreía a mí, pero no estaba seguro porque tenía ambos ojos a la virulé, y no sabía si era a mí a quién miraba. Me acerqué más y su sonrisa se agrandó así que supe que estaba interesada en mi persona.
La invité a una cerveza mientras esperaba a mis amigos.
-¿Cómo te llamas?
-Marieta ¿Y tú?
-Soportándome. ¿Estudias o trabajas, Marieta?
- Trabajo en lo que siempre deseé. En un invernadero de plantas tropicales. Soy la mujer más feliz del mundo, porque siempre me han encantado los vegetales. Hablo con ellos, y agradecen mi conversación. ¿Y tú a qué te dedicas soportándome?
- Pues a mi me salen relatos de los tornillos de la cabeza, pero salen retorcidos, y luego me cuesta mucho trabajo enderezarlos para que la gente los entienda.

       Continuamos bebiendo, llegaron mis amigos, estuvimos un rato con ellos y luego nos fuimos a mi casa. Al salir le pregunté por su abrigo, y me dijo -lo llevo aquí-, señalándose el bolso. Sacó una barra de labios y se los pinto. –Con  los labios pintados nunca paso frío, no necesito abrigo-.

     Al llegar a mi casa Marieta comentó – el cactus de navidad que tienes en el salón quiere escuchar algo de música. Y puse Cheek to Cheek, de Louis Armstrong y Ella Fitzgerald. Nos pusimos a bailar. De pronto, comencé a notar cómo me salía un relato de uno de los tornillos y Marieta comenzó a leerlo sin dificultad. -¿Pero cómo puedes leerlos directamente?- Le pregunté- si me paso horas para ponerlos rectos porque me salen torcidos. –Será porque soy bizca- me respondió.
Como bien sabéis, yo no tengo genitales, y nos dedicamos toda la nochevieja a los cuentos. Mis tornillos los iban sacando y Marieta los iba leyendo. Pero cada una de mis palabras, Marieta las recogía, las entrelazaba e iba sacando hilos de lana. Cogió unas agujas de hacer punto y empezó a tejer un gorro con las palabras de mis relatos. Cuando amaneció ya había terminado el gorro de lana, me lo dio y me dijo –Toma, para que te cubras los tornillos y no te de tanta vergüenza tenerlos en la cabeza-.

Esta ha sido la nochevieja más especial de mi vida.