Lágrimas


Apenas podía despegar los pies del barro. La lluvia caía sobre mi cuerpo como una lápida. No encontraba ningún lugar en el que refugiarme. De pronto vi unas luces. Era una casa de una pequeña aldea del norte. Me acogieron como si fuese un hijo pródigo.


Aquella casa estaba habitada por un matrimonio mayor con tres hijas. Me dieron cobijo, alimento, cama y canciones. Cada 20 minutos el matrimonio comenzaba a cantar una canción en gallego.


Al principio pensé que era para animar mi estancia, pero descubrí que cantaban para ahuyentar las meigas (brujas). Una de las hijas escuchaba las voces de los gatos que vivían alrededor de la casa. Era como si sus padres al cantar impidieran escuchar las voces de los gatos en los oídos de su hija. Y así era.


Los caminos estaban cortados tras llover tres días y tres noches. Me tuve que quedar con aquella extraña familia. Cada vez que había algo negativo en la casa comenzaban a cantar. Poco a poco me fui incorporando al canto gallego.


Conocí a los 10 gatos que vivían alrededor de la casa y que eran alimentados por esa peculiar familia. Una gata estaba loca, se inventaba la realidad; otra estaba embarazada, otro no quería relaciones personales….eran como miembros de la familia. Y las canciones seguían sonando. Si por algún motivo la tristeza y las lágrimas llegaban a la casa, todos comenzaban a cantar.


Ahora estoy de nuevo en el sur, en mi casa; y cada vez que me siento triste o llueve, una parte de mí comienza a cantar canciones en gallego. Es inevitable, pero me ayuda a estar más feliz.

Ritual nocturno

Pintado por soportándome

Begoña vino de Colombia. Era mi compañía nocturna. Abría sus labios al aire y yo la alimentaba cada noche. Tras sus pétalos se veían unos vellos que cada día me parecían más eróticos. Me saciaba el darle de comer. La había contemplado crecer lentamente.

Al anochecer se desplegaba esperando su comida. Yo destapaba la caja donde guardaba los insectos y dejaba que ella los atrapara con sus pelos-dientes. Ella cerraba lenta pero tenazmente sus hojas y veía como se nutría de moscas y mosquitos. Era como presenciar una castración.

A lo largo de todos estos años este ritual nocturno había hecho que llegara a querer a Begoña. Cuando envejeció, y sus hojas apenas podían apretar para nutrirse -como cuando una madre alimenta a sus polluelos- me vi obligado a masticar los insectos para ella.

Sus últimos días fueron especialmente penosos al triturar con mis dientes la comida para que ella se pudiese alimentar.

Ahora Begoña ha muerto, y todas las noches abro la caja de bichos y me alimento de ellos. Esta mañana, al mirarme al espejo, he visto que unos pelos me salían de los labios.