FAMILY ZERO
1x01 SERPIENTES
NEGRAS
Para ir a casa de mi hermana había que ir en barca.. No se
podía ir en Ferry o un barco más grande.
Había que ir en una lancha motora porque había medio kilómetro de mar sin profundidad
y lleno de rocas que casi salían a la superficie con poco que bajara la marea y
las grandes embarcaciones corrían el riesgo de encallar. Y no es que mi hermana
viviera en una isla. Vivía tan sólo a 15
km de mi casa en línea recta; pero justo
alrededor de mi pueblo, que también estaba en la costa, empezaba la gran
montaña de Highstoneland , por la que no atravesaban carreteras ni caminos y había que dar una vuelta de doce horas en
coche rodeando la gran prominencia peñascosa
hasta llegar a casa de Eva, mi querida gemela.
No me importaba tanto el viaje en barca de menos de una
hora, lo que me fastidiaba era que para bajarse de la barca había que meter los
pies en el agua sorteando las rocas hasta llegar a la orilla. Y entre estos pedruscos
vivía una peculiar especie de serpiente negra con cabeza gigante que tenía
predilección por morder los tobillos humanos. Alguna vez nos ha dado algún
susto a algún miembro de la familia que con rapidez quitábamos el miembro al
alcance de la víbora. Todos los años aparecía en los medios alguna noticia
relacionada con alguna agresión sufrida por estos bichos, especialmente a
turistas. Habían intentado construir embarcaderos de diferentes materiales,
madera, hormigón granito…, pero nadie sabe por qué motivo se hundían lentamente en la tierra, como si
fuesen tragados sin vergüenza ninguna por el ecosistema.
Mi cuñado era
zoólogo marino y su trabajo era precisamente
estudiar el comportamiento reproductor de estos extraños animales. Había conseguido
una sustanciosa beca dentro del departamento de Parazoología de la Universidad de
Harvard. Y su trabajo se realizaba en
aquella casa-laboratorio apartada de la mano de Dios. Lugar en el que nadie en
su sano juicio hubiese querido vivir y
menos durante 8 años que es el tiempo que duraba el proyecto de investigación.
Se casó con mi hermana, que tiene síndrome de Down, hace dos años y desde
entonces hay que hacer esta odisea de viaje para venir a visitarla.
La verdad es que el examen de la reproducción de estas
peculiares serpientes no dejaba indiferente a nadie. Tenían una dentadura con
21 dientes: 10 en la mandíbula superior, 10 en la inferior y uno en medio del
paladar. Cada noche de luna llena los 20 dientes de las mandíbulas se
convertían en 20 pequeñas víboras. Al amanecer la bicha nodriza ya tenía de
nuevo los 21 dientes, así de rápido. Como habrán sospechado el diente central
del paladar no se reproducía, simplemente se quedaba perenne como forma de
defensa. Y las crías en 21 días ya estaban completamente
desarrolladas. Y al ser adultas volvían
a reproducirse. No había machos ni hembras. Todas se reproducían igualmente. Y
para colmo eran mamíferas. De la cola de la serpiente salían unos flecos de los
que se amamantaban las pequeñas víboras. Y todo este embrollo tenía que desentrañar el marido de mi hermana.
Eva estaba muy unida a mi abuelo desde pequeña. Y además de
contarle muchos cuentos en la niñez, mi
abuelo le había transmitido los valores más democráticos de nuestra cultura
norteamericana. Y ella misma se había
hecho una defensora de la política demócrata, sabiendo que cada vez que proclamaba un hurra por los
demócratas, le hacía un guiño a mi abuelo en su mundo interior. Aquella vez
tuve que visitar a mi hermana para darle una mala noticia relacionada con mi
abuelo. Eva era muy sensible y mi madre
y yo decidimos que era mejor decírselo cara a cara.
Habitualmente teníamos conversaciones por skype o por viber,
pero lo que ocurrió fue realmente inesperado y sorprendente, y había que tratarlo
con delicadeza. Y es que mi abuelo empezó a quejarse de un dolor de muelas.
Poco a poco el dolor iba aumentando y no le aliviaban los calmantes que le
recetaba el médico. Terminó acudiendo al especialista. El dentista le extrajo
la muela del juicio. Y desde entonces mi abuelo se volvió republicano. Decía
que por fin lo había comprendido todo y que sus males habían terminado; que
ahora sí tenía el juicio que antes le faltaba y que en realidad por sus venas
corría sangre conservadora. Notaba en su interior el gran viejo partido y se
había tatuado en el brazo el rostro de Thomas Jefferson.
La semana siguiente el abuelo iría a visitar a mi
hermana y yo tenía que advertirla.